Aun recuerdo aquella ocasión en que, junto con mis amigas de la escuela, nos preparábamos para hacer el Sacramento de la Primera Comunión. Por las catequesis, sabía que íbamos a recibir “un pan sagrado”, que ya no era sólo un pan, sino que “debía ser Jesús”.
No puedo decir que para mí era una situación indiferente, aburrida o que simplemente me daba lo mismo. Al contrario, sabía, aunque no podía entenderlo, que era algo muy especial. Sin embargo, ahora puedo ver, que no tenía idea, ni en ese entonces, ni hace unos pocos años, de lo que significaba realmente el poder comulgar.
Todo surgió alrededor de las Visitas al Santísimo, que para aquellos que no han oído de ellas, se refiere a acudir a una Capilla en la que se halla expuesta la Santa Hostia, que ya ha sido consagrada en el Cuerpo y Sangre de Jesús, es decir significa acudir a la presencia de Jesús Sacramentado.
Esto se dio, una vez que empezaba a conocer y a vivir la experiencia de un Dios vivo, una vez dentro del Ministerio JAMMPAZ.
Un día, simplemente Dios me permitió ver y sentir su presencia, tan real y cierta en la Eucaristía (no al recibirlo, sino en una Visita), que quedé anonadada, como quien se pierde profundamente en los ojos de su Amado. Hasta entonces, no había comprendido que se trata de Dios mismo!... Aquel, que resucitó a los muertos, Aquel que a mí misma me rescató del dolor y de la muerte.
Comprendí, que a pesar de mis pensamientos, de creer que Dios era cierto, pero muy lejano…no era verdad, Él estaba más cerca de lo que había podido imaginarme.. tanto tiempo necesitando de su Presencia, y Él siempre había estado allí.. Entendí, que en realidad nunca se fue por completo cuando se despidió de los apóstoles, a más de habernos dejado a Su Precioso Espíritu, Él en realidad se había quedado, para darnos la fuerza en medio de la debilidad, para acompañarnos y en cada Eucaristía quedarse más cerca de nuestro corazón.
Ahora, el poder visitarlo es una bendición y un honor.. las horas en su Presencia, simplemente pasan volando. Es allí, donde Él nos sana, libera y forma como sus hijos y adoradores.
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Aún más, el sentimiento en mi corazón al poder recibirlo, es algo que no podría describirlo. Ni siquiera al juntar todo lo que llegué a vivir antes de conocerlo: los amigos, las fiestas, los momentos de risas, NADA jamás se le compararía. Igual que un vaso de agua en la mayor sed , es el comulgar en gracia de Dios; Él sacia nuestra hambre y sed, nos colma de su Presencia, y en los brazos del Amado, ya no existe el temor, el dolor ni el pasado.
La comunión te permite estar más cerca de El, tu corazón y El suyo, empiezan a latir al mismo ritmo, al punto de ser 1 sólo. Hoy se, que no hay mayor bendición que el vivir de su mano, todos los días, y el comulgar es la puerta de acceso a su Presencia.
Por: Nathy Arcos
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